Por Andrea Aguilar El Pais.com (España)
Lizzie Miller aguarda en un café del Soho neoyorquino. Acaba de regresar de Barcelona y se prepara para el desfile en Milán de Elena Miró, una de las pocas firmas de ropa de talla grande que se suben a las pasarelas internacionales. Desde que apareció en la edición americana de Glamour exhibiendo sin rubor su michelín, esta modelo de 21 años se ha convertido en una sensación. Fue el pasado septiembre. Había nacido el fenómeno que reivindica bellezas con algo más de carne en los huesos.
De pequeña, a Miller no le interesaba la moda. Ella quería cantar, pero pensó que la pasarela podía ser un buen punto de partida.
Su madre escuchó en la radio que se organizaba una convención en San Francisco para buscar modelos de todo tipo y decidieron ir. Había cerca de un millar de participantes. Lizzie tenía 13 años. Desfiló con su ropa de diario y una banda roja con el número 91. Tres años después estaba viviendo en el Midtown de Nueva York en un piso compartido con otras dos modelos. Estas pertenecientes al circuito "normal". "En tallas grandes somos muchas menos y no hay tanta competencia. Es más familiar. De alguna manera nos apoyamos para romper una brecha en las revistas y las pasarelas", explica. Crystal Renn y Karen Dillon son dos de las estrellas de esta galaxia en expansión a la que pertenece Miller, que mide 1,78 metros y utiliza una talla 44; sus medidas, 100-80-112.
-¿Cree que su circuito pasará a ser mainstream?
-Bueno, al menos que se pueda coger una revista y ver una chica de una talla 36, luego otra de una 44 y pensar que las dos son guapas. En los cincuenta se llevaban las curvas. La llegada de Twiggy cambió las cosas, y con Kate Moss se impuso la idea de que cuanto más delgada una modelo, mejor.
Las tendencias cambian constantemente y estamos entrando en una fase en la que la gente quiere ver cuerpos que se parecen más a los suyos. No se trata de promover la obesidad, sino de que las chicas que están por encima de una 40 no se sientan gordas". A ella le costó lo suyo. "Al ver a esas modelos tan delgadas te sientes gorda. Los medios no se dan cuenta de la influencia que tienen en la gente. Las niñas cogen las fotos y las toman como inspiración, pero a los 11 años no tienes que pasar hambre".
Miller dice que hasta hace tres años recordaba los crueles comentarios de uno de sus compañeros de escuela sobre sus piernas.
Pero la suya no ha sido una historia de lucha contra la anorexia. No ha sufrido trastornos alimentarios para intentar ajustarse al canon tradicional de las modelos. Eso sí, a los 12 se apuntó con sus padres a un programa de adelgazamiento. "Pesaba 20 kilos más que ahora y aquello me educó a comer sano", asegura. Desde entonces no se priva de nada y enfatiza que la clave está en la moderación. "Si digo que no voy a comer chocolate nunca más, me estaría engañando y probablemente me pondría tan ansiosa que me comería la tableta entera. Se trata de saber cortar en el momento preciso".
Aquella sesión de fotos para Glamour fue su primer posado desnuda. Dice que se sintió extrañamente cómoda, pero que cuando la foto salió no pudo evitar un primer ataque de vergüenza. "Pero tomé distancia y vi el efecto que estaba teniendo, las cartas que las mujeres escribían en las que decían que esa foto las había inspirado para sentirse más a gusto consigo mismas", recuerda.
Miller abandona la cafetería armada con sus gafas de sol y su iPod. Se protege de los piropos que le lanzan los vendedores ambulantes en las calles. "Gritan algunas burradas, pero sé que el día que dejen de hacerlo me sentará mal", ríe.
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